lunes, abril 14, 2008


“Pero tú, ridícula muchedumbre de mosquitos, ¿podrías decir siquiera la edad de una tortuga?”-- Ezra Pound

Las palabras nunca mueren ¿no es cierto? Persisten, a pesar de que lo que cada uno espera de sus significados, entonces por qué no intentar crucigramas disolventes, en los que cada línea, jugara a expresar cierto desgarro del lenguaje y del significado de las cosas ¡De rodillas! ¡Contra la pared! Estuvo bien mientras duró... soñar desnudo en la jugosa espesura lírica, con los estribos agotados en la épica cabalgadura del otro lado, en las cargas de profundidad de la simulación no hay senda expresiva que recorrer y nada se corresponde con un puñado de enigmáticas frases en papeles inútiles sino que, la mayor parte de ellos, se deben a retazos de momentos, instantes inacabados, a menudo, sin resolver y que por muy irreales que puedan parecer entrañan una marca indeleble en la fragmentación de las imágenes que tiene más que ver con el diablo de nuestros ojos que con el tránsito de una enloquecida disolución gramatical, de una forma de narrar dinamitando la ficción, manipulando la inocencia, rememorando sus avatares, alentando la perplejidad, poniendo fuego a las travesías, haciendo astillas la trama y partiéndole el corazón a la fábula recreándonos entre el filo de lo imposible y la curva del disparate, desintegrando cualquier rastro de similitud con las intenciones expresivas de esa dispersión... ¡Perdón, un instante! Quizás, solo comparable a la que resulta de aplicar la probabilidad de certidumbre en las encíclicas papales”
*Bus donde se realizaban los tests de LSD en la zona de San Francisco en los años 60, fué conservado en una pequeña granja de Oregón por Ken Kesey, autor de la novela “Alguien voló sobre el nido del Cuco”

miércoles, marzo 12, 2008

L' OIL CACODYLATE

La permanente posibilidad de reiniciar (reinventar) la Construcción de La Mentira con demasiados cadáveres inútiles para que sea posible atribuirles finalidad alguna, constituye todo un problema; La necesidad de comerse ávidamente La manzana de Adán (con ombligo) exige desenfundar, casi continuamente la Quijada del fatalismo fiel trasunto de un grotesco Gólgota, salpicando sangre, sudor y lágrimas sobre las cabezas inclinadas de esa multitud infiel que habita los territorios que existen más allá de los análisis de Horkheimer y Adorno y que removiendo su propia gleba ya no huye del desolladero, sino que como ángeles caídos sin guarida ante un mapa quemado enarbolan en sus mástiles la furia de las incontinentes turbas del Derribo a la caza de muescas occidentales. Por muy fundamentales que sean los desacuerdos ideológicos que separan al Mandarinato del Sanedrín Económico, los caminos de la historia a menudo vuelven a unirlos inesperadamente por la fuerza de la incertidumbre, dado que el futuro es solo una ficción gramatical todo el ardor y empeño lo concentran en conseguir mayores beneficios por lo que, generalmente tratan con desapasionada perspectiva hechos históricos inconclusos y sobre los cuales no cabe un tranquilizador juicio moral. Desde las Fortalezas del Espíritu generan incesantemente tramas de información repletas de persuasión colectiva, transformándolas en la música de siempre y con la misma legendaria eficacia mediante la cual exhiben los delantales de plástico de Mondrian con muñecos vestidos de guardias suizos en los membretes estivales del kitsch.

jueves, febrero 21, 2008


Sostiene Vulcano desde la Forja de la desazón práctica que es mejor aceptar unos años sin libertad que una vida entera sin identidad; Regalándonos, a martillazos, una suerte de ansia obsesiva que suena a música celestial repicando en nuestros oídos sobre la conveniencia casi penitencial de construir diques identitarios a las torrenciales cataratas de la desorientación étnica; cuando en los áridos y oxidados bulevares del confort se enferma de desconcierto se está, especialmente frágil, solo y muy atento a las castañuelas de la obediencia, en definitiva, a la propia debilidad de existir, derritiéndose como una insignificante parte de los ingredientes del destemplado brebaje de la futilidad; más nada puede compensar la ruptura de la comunicación y el intento de reconstruir el yo amenazado que, además de fortalecer las resistencias al infortunio sirve de coartada al ruido de las nueces procedentes de invisibles caravanas portadoras de rumores samaritanos. Por el horizonte resuenan los tambores de guerra de la condición humana y ahí aparecen siempre, lo peor y lo mejor de uno mismo, la irreflexión, la suspicacia, la falta de lucidez y la tendencia a los excesos y como fondo la conmovedora balada cuya misión parece ser la propagación de una visión casi existencialista de la realidad, aquella que defiende que el mundo es una lucha sin cuartel de todos contra todos y un lugar en el que para combatir el temblor que produce no participar del banquete del devenir perpetuo escondemos nuestra voluntad bajo el pupitre de la vaga tristeza sorteándola con los irrefrenables deseos de poseer hasta la letra pequeña de las, nada retóricas, páginas amarillas de la abundancia mediante una analogía falsa e inducidos con una voz aterciopelada y tétrica que como un aforismo continuo nos informa que estamos disfrutando una existencia regalada.

miércoles, enero 02, 2008

Castillos en el Aire
(Los Cimientos de la Duda)
Siempre creí que bastaba con el cansancio, pero aparece reptando para rescatar, de forma inadvertida, toda una turba de prodigios que habitan por los mercados negros del olvido; Si bien, en su presencia, la sordina de los signos fantasea con los apasionados garabatos de la petulancia como si tratase de esquivar los envites de un péndulo envenenado; al tiempo que se desnuda cosiéndonos los párpados del anhelo con pedacitos de fatiga, es capaz de fragmentar los descubrimientos hasta el infinito y ante la tentación de huir hacia parajes que jamás serán despedazados por la nostalgia, nos salpica impregnándolo todo de lejanos e inconclusos deseos; ni siquiera, nos inquieta pensar en la profunda orfandad en la que nos sumergimos, lamentándonos allá en el duermevela de las grutas de la necesidad. Como una antigua hechicera nos embriaga, con fábulas infinitas o con improbables hipérboles aventureras, mientras, la llama de lo imaginario continua maquillando las arrugas del agotamiento hasta convertir sus rasgos en una máscara de incisivos anhelos desconocidos. Luego, tambaleándose, como un pájaro con el ala rota, zarandea la incomprensible paradoja y sin, apenas, recuperación estornuda un rastro de consuelo que más parece un sermón perdido en aquella cumbre donde los carámbanos repletos de refulgentes estrellas holgazanean en los festines inacabados del sobresalto y a los que la trasmutación del párpado alimenta, lánguidamente, en la minúscula resonancia de un ojeador de insomnios. Cínico efecto de un objeto inerte, distraído por no convertirse en una ancestral frontera invisible en su lucha contra la inmortalidad.