Sostiene Vulcano desde la Forja de la desazón práctica que es mejor aceptar unos años sin libertad que una vida entera sin identidad; Regalándonos, a martillazos, una suerte de ansia obsesiva que suena a música celestial repicando en nuestros oídos sobre la conveniencia casi penitencial de construir diques identitarios a las torrenciales cataratas de la desorientación étnica; cuando en los áridos y oxidados bulevares del confort se enferma de desconcierto se está, especialmente frágil, solo y muy atento a las castañuelas de la obediencia, en definitiva, a la propia debilidad de existir, derritiéndose como una insignificante parte de los ingredientes del destemplado brebaje de la futilidad; más nada puede compensar la ruptura de la comunicación y el intento de reconstruir el yo amenazado que, además de fortalecer las resistencias al infortunio sirve de coartada al ruido de las nueces procedentes de invisibles caravanas portadoras de rumores samaritanos. Por el horizonte resuenan los tambores de guerra de la condición humana y ahí aparecen siempre, lo peor y lo mejor de uno mismo, la irreflexión, la suspicacia, la falta de lucidez y la tendencia a los excesos y como fondo la conmovedora balada cuya misión parece ser la propagación de una visión casi existencialista de la realidad, aquella que defiende que el mundo es una lucha sin cuartel de todos contra todos y un lugar en el que para combatir el temblor que produce no participar del banquete del devenir perpetuo escondemos nuestra voluntad bajo el pupitre de la vaga tristeza sorteándola con los irrefrenables deseos de poseer hasta la letra pequeña de las, nada retóricas, páginas amarillas de la abundancia mediante una analogía falsa e inducidos con una voz aterciopelada y tétrica que como un aforismo continuo nos informa que estamos disfrutando una existencia regalada.
jueves, febrero 21, 2008
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