Cuando se trata de afrontar sentimientos inciertos, aquellos que socavan nuestros impulsos más escondidos, que laten balbuceantes por miedo al hundimiento, la realidad se encarga de responder con una piadosa carcajada no por presentida menos desoladora. No queda más remedio que agitar nuestro orgullo por el hueco de la ternura hasta convertirla en una modesta mueca amable que, al menos, te regale una identidad pasajera hasta el siguiente acontecimiento, mientras tanto el abrazo se encarga de recordarnos porque el asombro es la primera piedra en la incesante búsqueda de la felicidad, en su afán por reaparecer como un orgulloso animal alejándose de la temible angustia de la melancolía.
lunes, octubre 29, 2007
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